miércoles, 11 de enero de 2012

Elena y su fetichismo de pies


Los viernes solíamos acabar la noche en el piso de Elena, bastante borrachos y demasiado entregados a la juerga. Allí dormiamos hasta que, a la mañana siguiente, cada cual marchaba para su casa. La noche del 6 de Mayo no sería diferente. Mi reloj marcaba las cinco en punto de la mañana. Raquel, Bea y Sandra desaparecieron tras la puerta del dormitorio que las acogía semanalmente sin decir siquiera "buenas noches". Pablo, Elena y yo decidimos fumarnos el último antes de irnos a dormir.

Pablo se sentó en el suelo apoyando la espalda contra la pared y Elena y yo ocupamos el pequeño sofá. Mientras terminaba de preparar el cigarro, Elena se descalzó y puso sus pies sobre mis piernas:

- ¿Te gustan?
- Preciosos, Elena -fue mi respuesta.
- Elena es la tía más fetichista que conozco -adjuntó Pablo- en la faz de la Tierra. Le encantan los pies.
- Pues sí - contestó. Me encantan, es lo primero que miro de la gente, pero más que gustarme, es que me ponen...

Pablo sonreía con la sonrisa que deja el exceso de alcohol y poco a poco iba apagando sus ojos.

- Dime, ¿de verdad no te parecen superpicantes los pies?
- Mira Elena, los tuyos son muy bonitos, pero de ahí a que me parezcan "superpicantes"...
- ¿Nunca te han hecho una paja con los pies?
- Pues claro, y me he comido un montón de ellos y alguna que otra me los ha comido a mí, pero, de verdad, no es una parte del cuerpo que provoque en mí nada más que cualquier otra.

Elena pareció sentirse avergonzada por mis palabras, pues, despacio, recogió sus piernas sobre el sofá

- No te retires -le pedí. Trae aquí. Y cogiendo con fuerza sus pies los devolví al sitio que estaban ocupando.
- No quiero ofenderte -dijo seria.
- Y no lo haces. En eso miré a Pablo. Su cuello estaba totalmente curvado hacia uno de sus hombros, dejando sobre él la cabeza. Se había quedado dormido profundamente, con la boca entreabierta y los brazos caidos a lo largo del cuerpo.

- Mira. - dije- Este ya ha entrado en coma.
- Pues entonces es el momento de dejar que te demuestre que mi fetiche no es para nada absurdo.

Se deshizo de las medias a modo de streptease y abrió la botonera de mi pantalón. A continuación, tomó de nuevo asiento y comenzó a pasar sus pies por mi boca, mi cuello, mi cara... hasta dejar caer uno de ellos por mi pecho, encontrando el pantalón abierto y colándose en él para, a continuación, deslizarlo sobre mi ropa interior, adelante y atrás y apretando sus dedos, como queriendo abrazar mi polla.

- ¿Te va gustando?
- Umm, déjame un poco más de tiempo.


Aquel jueguecito, unido a la borrachera, me estaba gustando demasiado, tanto que recliné mi cuerpo sobre el sofá y decidí soltar los botones de la camisa y bajarme los pantalones. Ella celebró mi gesto con una sonrisa y un largo "Uhmm". Y siguió con su danza sobre mi cuerpo, solo que ahora podía esconder su pie bajo mi boxer con más facilidad. Si en mi cara su tacto resultaba frío, al rozar mi polla sentí sus dedos helados, lo cual, no sé por qué, me excitaba más. Decidí actuar.

Sujeté con una mano el pie que me estaba poniendo la polla a reventar, y opté por apretarlo contra ella, forzando la separación de sus dedos para meterla entre ellos; mi otra mano se encargó del otro pie, el cual me llevé a la cara y tras recorrer mis pómulos y mi barba con él, lo llevé a la boca, primero besándolo, para después, iniciar el ritual: lamerlo. Lo hice por todas partes, desde el talón hasta las uñas esmaltadas de color burdeos. Lo lamí, lo mordí, lo comí, lo saboreé sin descanso, hasta que ella lo apartó para ayudar a su otro pie a hacer presa sobre mi polla. Acabé por sacarme los pantalones y los boxers; la camisa había volado hacía un buen rato. Estaba totalmente borracho, colocado de maría, con una amiga de toda la vida haciéndome una paja con los pies junto a otro colega dormido en el suelo. Me dejé llevar, como me decía Elena, no había nada que perder y posé suavemente las manos sobre sus empeines para acompañar el vaivén de sus pies.

- ¿Serás capaz de correrte?
Intenté imaginar a donde iría a parar todo lo que saliese de mí. ¿Quieres que me corra sobre tus pies? -le pregunté.
- Por supuesto -respondió apretándolos aún más.

La corrida no tardó demasiado y, efectivamente se derramó sobre sus pies, sus tobillos, mis piernas, mis huevos, el sofá...

- En estos momentos me encantaría ser contorsionista para poder llevarme los pies a la boca.


Tengo que reconocer que sigo sin sentir un especial delirio hacia los pies femeninos, pero desde luego, como le dije antes de dormirnos en el sofá:

- Considérame adicto a tus pies.

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