domingo, 8 de enero de 2012

Me debes una corrida

¿Recuerdas nuestra primera mañana en Cádiz? Era Enero, tres de Enero de 2000. Yo me desperté pronto y corrí en calzoncillos por la casa buscando el mando de la calefacción para caldear tu apartamento. Prepará café con tu cafetera italiana, algo oxidada y recoloqué un poco los cojines del sofá, que habían pasado toda la noche en el suelo, donde los dejamos después de follar a oscuras hasta cerca de las cuatro. También doblé la manta que usamos para no helarnos y me encontré con tus braguitas y tus calcetines.

Mientras el café subía, yo, sentado en el sofá, apretaba en una mano tus braguitas blancas y en la otra tus calcetines grises de lana. Todo olía a ti y a aquella primera noche. Yo tenía muy claro que sería la primera de unas pocas noches, pues el día seis debía volver a mi ciudad y nuestras vidas seguirían sus caminos, pero me gustaba envolverme de ti y de tu aroma.

La cafetera comenzó con su silbido a llamarme, me levanté camino de la cocina con las paredes del apartamento ya calientes. Dejé dos tazas, cada una diferente de la otra sobre la mesa de la cocina y serví en ellas el café, un poquito de leche del tiempo y dos de sacarina. Debió ser el ruido de todo el ajetreo que organicé lo que te despertó. Escuché tus pasos leves por el dormitorio y de repente apareciste liada en la manta de colores que nos cobijó en nuestra primera noche.

- ¿Qué haces levantado tan pronto? -dijiste sacando, casi con miedo, uno de tus brazos de la manta.
- ¿Tú qué crees?, preparar un poquito de café.
Me miraste sonriendo, con tu pelo lacio, casi rubio, escondiendo los lados de tu cara. De acuerdo -me dijiste- pero después del café volvemos a la cama. Me debes una corrida, recuerdas...?


Nos tomamos el café abrazados bajo la manta. Yo en calzoncillos, ella completamente desnuda. Cada sorbo iba acompañado de un apretón de cuerpos, hasta conseguir empalmarme antes de acabar el café.

- ¿Qué le pasa a esta cosita morena? -decías mientras tu mano fría entrabas en mis calzoncillos- ¡Oh!, ¡pero bueno!... ¡si está ya mojadita!



Y soltaste tu taza y te desprendiste de la manta y tu pusiste de rodillas para bajarme los calzoncillos. Acercaste tus labios y besaste con ternura mi glande inflamado. Al separarte, un pequeño hilo de mi fluido unía tu boca y mi glande. Lo retomaste con avidez y allí perdiste el control.

- Ahora ya me debes dos corridas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario