viernes, 16 de diciembre de 2011

Los masajes

Hice un curso de quiromasajista pensando en una posible salida laboral pero se quedó en un hobby con el que conseguir un dinerito extra. A mi consulta viene todo tipo de gente buscando diferentes tratamientos. Los principales problemas afectan a cuello, hombros y espalda. Pero también, sobre todo las mujeres, demandan el de relajación.
Y entre mis clientes fijos hay tres mujeres, con las cuales, la confianza ha dado un paso más.

La menor tiene 22 años, para no decir su nombre real la llamaré Noelia. No supera el 1,60 y tiende a la obesidad, pero no tiene complejos. Tiene unas tetas enormes que, desde el primer día, me dejó muy claro que no tenía inconveniente en enseñarme, por lo que no se cubriría nunca con la toalla. Le gusta que le unte con aceite alrededor de ellas y le aplique continuas friegas en forma de círculo. Cuando ya las he rodeado varias veces, acabo repartiendo el aceite sobrante sobre el resto del pecho, para terminar con un tironcito de los piercings de sus pezones. Fue expreso deseo de ella que aquello fuese así. Otra característica de Noelia es que, aunque su brazo descanse sobre la camilla, cada vez que paso junto a su mano, o me coloco junto a ella para trabajar, estira los dedos hasta que los deja rozando mi paquete. Al principio creí que lo hacía sin querer, pero desde que descubrí su intención, me acerco más a menudo. Ella no dice nada, solo roza con su dedo sobre el pantalón del pijama de masaje y sonríe.


Otra, es una mujer única. La llamaré Ángela. Tiene 36 años, ha sido jugadora de balonmano hasta hace poco tiempo, por lo que su cuerpo es el más atlético de los tres. Mide casi 1,80 y siempre entra en la consulta contando alguna batallita sexual con algún noviete, de esos que le duran dos o tres noches, mientras se va quitando la ropa. Mi costumbre es dejar al paciente que se desvista a solas para entrar yo después de que esté cubierto con las toallas, pero para Ángela, el interés de sus historias es tan alto que no me da opción a salir de la habitación, por lo que se desviste siempre en mi presencia, dejándose solamente un mini sujetador y un finísimo tanguita negro. Tiene serios problemas de lumbares, de manera que mi trabajo se centra ahí, para lo que suelo bajar un poco el tanguita y cubrirlo con la toalla para que no se manche de aceite, así que siempre bromea diciéndome que para eso, mejor se lo quita. Así que, seguramente, en su próxima cita lo haga. Tiene un culo perfecto y lo sabe por lo que lo luce con gusto. Quiere tatuarse una serpiente en la nalga derecha; con la cabeza entre las piernas y la cola a la altura de su cintura. En una de sus primeras visitas, entre bromas, me dijo que si quería darle de comer alguna vez a su mascota, ya sabría donde buscarle la boquita. Todos los días, entre bromas le digo que voy a acariciar la cabeza de su mascota, ella sonrie y separa las piernas. Efectivamente, ella quiere que la cabeza de la serpiente que se tatúa, quede justo al borde su ano, y ella permanece quieta mientras le acaricio la zona despacio. Luego seguimos con el masaje con mucha profesionalidad.


Por último, mi preferida, a la que llamaré Eva, por lo pecadora. Tiene 41 años y un cuerpo muy bien llevado. Vino, por primera vez, por un esguince de tobillo y un derrame en la pantorrilla. Para trabajar con ella le pedía que se quitase el pantalón, pero era muy reacia, por lo que venía con un pantalón corto o falda. Pero un día vino con un traje de chaqueta, regresaba de una reunión y no tuvo tiempo de pasar por casa para cambiarse, así que, como siempre, procedí a dejar unas toallas limpias sobre la camilla y me salí de la habitación para que se quitase el pantalón y las medias. Cuando volví, me la encontré de pie, junto a la camilla. Por arriba aún seguía con la camisa blanca y la chaqueta pero, por abajo, una braguita rosa con encajes era lo único que la cubría. Apoyaba un pie sobre el otro y me dijo: "aquí te hacen falta unas alfombras o algo, porque el suelo está helado". No sé qué pasó para que cambiase su actitud tan radicalmente, porque el cambio no quedó solo en el pantalón. Con el tiempo fueron apareciendo, de forma curiosa, otras "dolencias", por no llamarlas excusas. Del pie subió a la cadera, luego le dolía la espalda, después el cuello y por último sentía "algo raro" en las costillas. Es la única paciente que se desnuda por completo y siempre me pide que, cuando ella vaya, no de más citas. La tarde entera para ella. Sus consultas suelen durar unas tres horas y los dos acabamos satisfechos. Ella se vuelve a casa magreada por completo y a mi me deja un buen puñadito de billetes de 20. Solo me exige, como dice ella, "la prueba del algodón". Esa prueba consiste en secarse el cuerpo del aceite con toallitas de papel, pero si encuentra algún centímetro de su cuerpo seco antes de pasar el papel, me obliga a toqueteárselo.


Tengo más clientes, con ningún tipo de morbo, pero mis tres princesas me proporcionan motivos y fantasías para jugar, en mi soledad, a que las manos que me tocan no son las mías sino las suyas. Por cierto...me estoy animando, voy a "fantasear" un poco, con mi cuerpo y sus manos.

1 comentario:

  1. Me encanta, dar y recibir....por cierto yo también hice un curso de quiromasaje hace años.

    Muy entretenido tu relato, me gusta.

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