martes, 15 de noviembre de 2011

Por detrás

Solo lo hicimos una vez "por detrás". Fue en un hotel de Florencia; habíamos estado paseando por la ciudad todo el día y llegamos tarde para la cena, así que, mientras ella se quedaba en la habitación, dándose un baño, yo bajé a recorrer las calles cercanas en busca de "algo" que nos sirviese para recuperar las fuerzas perdidas.
Pero al subir, lo que mis ojos vieron no era lo esperado. La vi a ella, allí, al borde de la cama situada justo a dos metros de la puerta. De rodillas sobre el colchón, de espaldas a la puerta, completamente desnuda.
Al verla dejé la pizza sobre un rústico escritorio, roído por los años, que servía de atrezzo al decorado florentino. Al oirme, sólo giró su cabeza y se llevó las manos a las nalgas. Suavemente las acarió con sus ojos clavados en los míos, con dentelladas de lascivia, impropias de una niña de colegio de monjas. Apretándolas, ahora con fuerza, las separó dejando a la vista el hueco oscuro de su ano. Vírgen por completo, excitado como nunca.
En poco mas de un paso, ya estaba junto a ella. Volvió su mirada hacia el frente, cerró los ojos y volcó, sobre mi hombro, su cabeza. En mi deseo, me acerqué lo más que pude a ella, abarcando su vientre con mis manos, frías por la noche italiana; acariciándolo y acompasando con suavidad su respiración acelerada al roce de su clítoris. Húmedo, latente. Mi polla, dura, a punto de reventar dentro de mi pantalón vaquero, ya estaba posada sobre aquella abertura que formaba el hueco perfecto para mí. Sus manos, temblorosas, agarraban y soltaban aquel dulce culo, a punto de ser profanado. Se aferraba de tal manera que parecía que lo abriría en dos en cualquier instante, y dejaba las marcas coloradas de sus dedos sobre la blanca piel. Como pinturas de guerra.
Dediqué el momento que dura el encendido de una cerilla para perder mi pantalón y dejar, entre mis muslos, los boxers. Ella siempre había sido muy cuidadosa para mi ropa interior y solía salir a comprarme alguno, siempre negros. "Son los que mejor marcan la forma de tu glande", me decía al probármelos, como en una pasarela improvisada de erotismo, que acababa siempre con la prenda, etiquetada aún, bajo algún mueble del salón.

-¿Estás segura?; no lo hemos hecho nunca así- fue lo único que mi agotada honradez me dejaba vomitar. Yo estaba deseando sentir como entraba en su cuerpo por ese atajo desconocido, pero era consciente de sus reticencias y del dolor que podría causarle al no tener a mano ningún tipo de lubricante.
- ¿Tú no quieres hacerlo por ahí?... ¿no tenías tantas ganas de follarme por el culo?; pues venga, aprovecha... pero házmelo muy despacio

Estaba borracho de lujuria. La conocía desde hacía muchos años y habíamos descubierto el sexo juntos. Aquello era un paso más, un paso que no debía dejar ningún rastro traumático, al contrario. Debía ser, incluso, bonito.
Así, acaricié de nuevo su clítoris, recorrí todo su sexo con ambas manos, muy despacio, mientras el vaivén de mis embistes sobre sus manos separadoras se hacía, cada vez, mas rítmico. Por fin, dejé colar uno de mis dedos en su coño, mientras la otra mano le iba estirando la piel de sus labios mayores. Me encanta estirarle los labios, me excita muchísimo, más aún cuando se lo hago durante un largo rato y consigo dejarlos, durante un instante, separados de su cuerpo, levitando junto a mi cara.
Empapé uno a uno mis dedos en su flujo; primero uno, que entraba y salía violentamente de su coño. El calor atrajo a otro dedo y luego a otro; hasta cuatro dedos que, casi con fanatismo, entraban juntos para separarse una vez dentro y jugar con las formas del interior de su cuerpo. Ambas manos estaban ya pegajosas de su ser, lo que usé a modo de lubricante. Una mano frotaba toda mi polla, desde la mitad de su tronco hasta la punta, aunque esta ya estuviese bastante mojada. Con obsesión, restregué su caldo en mi sexo, para que el fluir por su pequeño agujerito fuera placentero. Y, hacia él, dediqué las atenciones de mi otra mano. Primero con caricias en forma de círculo, regodeándome en sus formas, en sus pligues, para deleite mío y suyo; tanto era el goce que, sin haberla penetrado aún, ya jadeaba.
De las caricias pasé a las primeras perforaciones digitales. Con total suavidad, dejé colar en su ano mi dedo corazón, sintiendo el rechazo de aquel esfínter, aprisionándo mi dedo para relajarse a continuación, y dejarse inundar por la húmeda sensación que le brindaba. A estas alturas, ella ya estaba tumbada, aferrándose al cojín que nos servía como almohada, con sus ojos cerrados y una pequeña mueca en el rostro, a mitad de camino entre el dolor y el disfrute. Susurraba para decirme, tan sólo, "despacio, despacio; con cuidado, con cuidado".
El cosmos estaba ya dispuesto para entrar en eclosión; separé mi rostro del agujerito de secreto interior para quedarme de rodillas tras ella, mientras, agarrando sus caderas con fuerza, conseguí elevar de la cama únicamente la parte de cuerpo que participaría del juego y acercarlo al mío. Las piernas, flexionadas por las rodillas, sobre el colchón, subiendo su jugoso culo a la altura de una verga que ya no podía disimular su riesgo de explosión; su espalda, arqueada, tomando la forma de un tobogán con dirección a su cuello, para que yo me deslizara por él y aprisionase su cara entre la mía y el almohadón.

Y lo demás..., no es difícil de descubrir. Una mano agarró con firmeza mi polla para guiarla con acierto y la otra separaba con eficacia el terreno, facilitando la entrada de mi nabo, mientras yo asía sus caderas. Poco a poco. Muy despacio, mientras ella indicaba la intensidad yo marcaba la profundidad. Al principio, quedó a medio entrar. El dolor era demasiada recompensa para aquel juego. La mitad de mi miembro era la marca de la intensidad que se podría mantener. Entraba y salía, pero solo hasta esa marca. Ella permanecía con la cara hundida en el cojín blanco, agarrado con fuerza por ambas manos, hasta que, una de ellas comenzó a deslizarse bajo su cuerpo. Aprovechó la soledad de su coñito para darle calor con aquella mano; así, mientras la follaba tiernamente por el culo, ella acariciaba salvajemente su clítoris, primero con su mano y después con mis huevos, que apretaba con fuerza contra su sexo.
Eso provocó más mi deseo (y el suyo). "Dame fuerte!!"- me decía, ya sin contemplaciones- métela entera!!!. Sus voces, emitidas mientras apretaba fuertemente los dientes, se tornaron en órdenes para mi que, en tan sólo dos empujones clavé por completo la polla dentro de aquel culito de niña bien educada.
Así seguimos unos minutos más hasta que la imagen que veía desde mi posición hizó excitar más mi mente, lo que provocó una soberana corrida en su interior.
- Córrete- me decía. Córrete dentro. Toda mi leche quedó en aquel dulce hueco del cual no quería salir, pero ella necesitaba más, así que se volvió sobre sí misma rápidamente, apoyó la espalda sobre el cabecero de la cama y con las piernas separadas y semiflexionadas frotó incisivamente aquel coño hasta que el movimiento se convirtió en una sucesión de sacudidas. Las piernas se cerraron dejando la mano atrapada entre ellas y el cuerpo comenzó a deslizarse, como inerte, desde el cabecero hasta el colchón.

Aquella fue la primera vez que follamos de aquella manera. La primera y la última. Pese al disfrute, le pudo más el dolor y nunca más ha vuelto a suceder.

Pese a todo, sigo recordando aquel día, en un hotel de Florencia, con los techos pintados como antiguos frescos y una pizza, que quedó abandonada sobre un viejo escritorio.

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