domingo, 27 de noviembre de 2011

Lo que me gusta de ti

- ¿Es que no hay nada que te guste de mi?
- Difícil pregunta... quizá sería más facil de responder si te quitaras la ropa.
- ¿Solo buscas un físico?
- Es que yo, a tu espiritualidad le daba boleto, pero a ti... A ti te follaba enterito.

Ante semejante comentario... me dejé llevar.


Al pasar la puerta de su casa la agarré fuerte por la cintura, pero ella retrocedió y comenzó a caminar hacia una de aquellas habitaciones de piso de estudiantes. Su puerta, la última del pasillo, se abrió para engullirnos durante el resto de la noche.

Comenzamos el lento ritual del desnudo. Tenía la piel muy suave, casi de niña, y los pezones oscuros y firmes, como caramelos en mi boca. Le gustaba mirar mientras los bañaba con mi lengua y los arañaba con mis dientes. Poco a poco, la ropa fue muriendo en la alfombra del dormitorio, mezclándose con otra, que ella había olvidado recoger alguna semana anterior.

- ¡Espera! -apagó la luz y cogió de la mesa de estudio, una vela y un mechero-. Encendida la vela, me llevó hasta la cama, donde me sentó. Ella, en cuclillas ante mí, al pie de la cama, en aquella penumbra tintineante de la vela, disfrutaba despojándome, primero de los calcetines, después del pantalón y, por último, candenciosamente, del boxer. Quedé sentado, mientras ella, con sus pequeñas manos frías, erguía mi polla y clavaba sus ojos en ella.
- Déjate caer en la cama -me dijo-, y cierra los ojos.
Noté como aquellos finos dedos recorrían mis ingles, apretaban cariñosos mis testículos y avanzaban hasta mi ano, sin llegar a adentrase en él, solo jugueteaban. Mientras, su boca ya estaba probando el sabor que buscaba desde hacía meses. Podía sentir cómo su lengua subía y bajaba por mi polla, pero que, con énfasis, lamía y chupaba la base de mi glande.

Abrí los ojos, buscando ubicarme en aquella situación tan deseada, pero tan inesperada, y pude ver, proyectada en el techo, la sombra de su cuerpo, quizá aún en cuclillas, quizá descansando sobre las rodillas en aquella alfombra roja, pero, sin duda, en la posición en que la dejé al cerrar los ojos, con su cabeza y su pelo volcados sobre mí. Así que, apoyándome en los hombros, me incorporé y aparté su melena para contemplar el espectáculo de su voraz actitud.
Resultaba morboso el sonido de su boca jugando con mi polla, esos ruidos mezclando deseo, placer y juego.

-¿Tú no querías follarme enterito?
Ella alzó la mirada, separó sus labios de mí y me dijo- Hay noche, aún.

A la voraz mamada se unió el elemento de la velocidad, se le despertaba el interés por descubrir. Quería conocer mi cuerpo desnudo, quería conocer su sabor y ahora quería ver cómo me corría. De modo que aceleró el movimiento. Con ademanes nerviosos acompañaba el entrar y salir de mi polla en su boca, con su mano, subiendo y bajando, y aceleró y aceleró... se olvidó de seguir absorbiéndome y dejó el fluir de la acción a su mano. Brúscamente y con lascivia, aquella manita estaba allí, haciéndome una paja, en aquella habitación menuda, colmada de peluches y carpetas de apuntes. Para aderezar la "comida", bajó su cabeza hasta mis huevos y comenzó a chuparlos, introduciéndoselos en la boca, primero uno, después el otro, alternándolos, y pensé que era el momento de contemplar aquella imagen más de cerca, pero al incorporarme, pude ver la guinda al pastel de aquel momento, que no había descubierto antes por culpa de la oscuridad. Tras ella, justo tras ella, la puerta de su armario era un gran espejo en el que, con la luz de la vela, se reflejaba su cuerpecito, de rodillas, su espalda, a medio cubrir por su pelo largo, moreno, liso..., su cintura estrecha y aquel lindo culo que reposaba sobre sus pies.
La imagen era una locura, era la pareja perfecta a aquel sonido de saliva y gemidos.

- ¡¡Me voy a correr!!, ¡¡me voy a correr!!
-¡Córrete! -alzó la cabeza y centró su mirada espectante en mi polla, manejada frenéticamente por su mano. Acercó su boca y descargué a empujones en ella, una cantidad enorme de ansiosa leche, mientras ella seguía agitando su mano, arriba y abajo, sin parar.

Su boca se llenó de mi. Me miraba con alguna salpicadura en sus labios, pero sin querer cerrarla aún, como esperando más.
-Trá-ga-te-la -le dije. Cerró su boca con una sonrisa, hizo el gesto de tragar, para volver a abrirla, a la vez que sacaba la lengua, demostrando que el espacio quedaba vacío de todo caldo.

Días mas tarde, me comentó:
-Ya sé qué es lo que más me gusta de ti.
- Sorpréndeme
- Tu "escaloncito".

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