lunes, 5 de marzo de 2012

Vecinas cachondas, amores perdidos y antiguas pasiones

No han sido tantas las mujeres con las que he disfrutado jugando y compartiendo sexo. No he follado con más de seis o siete, cada una me dio, no solo la felicidad del momento, sino que aportó algo que en vida sexual faltaba.


Así, Esther, siempre fue la arrogante. En la cama solo valía la pulcritud y las buenas maneras. Cualquier palabra malsonante era castigada con la abstinencia y creo que, definitivamente, su problema era que estaba demasiado enamorada de sí misma. No duró mucho, apenas seis meses. Al tiempo comprendí que había convivido seis meses con un hermoso maniquí...



Raquel, de la que ya hablé en alguna ocasión, me trajo algo más que sexo, me trajo el amor. Podiamos estar horas y horas mirándonos desnudos, nos amábamos y eso ya resultaba suficientemente excitante. Con ella empecé a hacer fotos de desnudos en blanco y negro, pero era demasiado bonita y encontró otro lugar para soñar que no era mi cama. Hoy no sé por dónde andará y prefiero no saberlo.



"M" me llevó a las posturas más insospechadas cuando apenas teníamos veintitrés años. El sitio daba igual (su coche, el mío, la oficina de sus padres o los baños de la Facultad). Era estudiante de Medicina, muy aplicada y una hija ideal, pero a solas era una fiera. Despertó mi gusto por el anal, que yo no había experimentado antes y a ella le encantaba (más si una mano entraba a la vez por delante...). Al acabar la carrera nos enfriamos y decidimos separar nuestra relación; aunque a día de hoy sigue siendo mi mejor amiga... por eso os quedáis con las ganas de saber su nombre real.



Cuando "S" llegó ella soo tenía diecinueve años y yo rondaba la treintena. Era mi vecina en el piso de alquiler que habité por motivos laborales. Vivía con otras tres estudiantes y eran una panda de lo más salida. Con "S" hubo sexo pocas veces, pero muy intensas. Las mejores mamadas de mi vida fueron las suyas y su especialidad era editar videos caseros. Casi todo lo que ocurrió en mi cama del piso aquel se registró en su cámara. Lo editaba y me lo dejaba en VHS en el buzón. No he vuelto a encontrar a nadie que folle así.




Y, por último, "A", la que pudo ser mi esposa. "A" no soportaba el sexo salvaje, era muy recatada, hasta el punto de no quitarse los calcetines mientras follábamos "por no estar totalmente desnuda". Era una morena preciosa, con un buen matojo por coño (aunque cuidado, eh?) y unas tetas perfectas. Pero tanta belleza desperdiciada me resultaba enfermiza... y decidí volar de su lado.


Hoy vivo casado, tengo dos hijas y, como comprendereis, todo esto se echa mucho de menos. Pero lo vivido... ahí queda.

jueves, 1 de marzo de 2012

Pezones duros, fuegos artificiales y cervezas frías

Continuaba el temblor de los fuegos artificiales dibujándose sobre la costa, con la mar calma y la brisa invitando al paseo. Pasaba la una de la mañana de aquel uno de enero y en las ventanas de las casas cercanas el jolgorio y las risas formaban una perfecta banda sonora, en sintonía con el transitar de la gente por la calle abajo, en dirección a la plaza, donde comenzaban a funcionar los bares y las tabernas de alrededor se preparaban para recibir los primeros billetes del año. No bajábamos de los quince grados, el cielo estrellado con el retazo de algún nubarrón rezagado. Era la primera vez que Joan y Sensi no habían acudido a la casa de los padres de ésta para la cena de Nochevieja. Luisa, la madre ya la había dicho en varias ocasiones que no sacrificaran su diversión por ellos, que, particularmente, eran ya mayores y no tenían ningún interés por esa típica fiesta. "Os vais los dos, a un hotelito de la costa, y pasais de un año a otro abrazaditos en la cama"; y eso hicieron. Dos horas antes de la medianoche, Joan llegó a la habitación del hotel con una gran pizza y varias latas de cerveza helada mientras Sensi, dormida, recuperaba el aliento de los últimos gemidos dejados escapar entre los emitidos por él. Habían follado más de hora sin parar, y entre sus jadeos, el sonido de los tacones y gritos de última hora de los clientes del hotel, repasándo sus tardíos retoques antes de bajar a la cena de gala.

Ellos habían optado por otro tipo de lujo, el de tomarse el uno al otro. Así hicieron cuando Joan recorrió, primero con sus manos y después con la lengua, cada milímetro de la piel de su novia. Al paso del recorrido de la saliva, la piel de Sensi se erizaba mientras ella misma acariciaba con demostrado interés sus pechos, dejando endurecer sus pezones al roce de las sábanas. Su cuerpo era menudo, para nada perfecto, en el que unas caderas demasiado anchas provocaban el complejo de una joven que, sin embargo, sentía auténtica devoción por su coñito. Le gustaba jugar con su vello, variando el estilo, recortándolo por los lados o dejándolo crecer sin remordimiento estético alguno. Para aquel Fin de año, se hizo un rasurado casi total, dejando solo una estrecha línea vertical, a modo de prolongación de su rajita, de apenas tres centímetros en dirección a su ombligo. Sus pechos eran pequeños, pero con la movilidad propia del morbo más exquisito.

Mientras Joan jugaba a babear todo su cuerpo, ella cerraba los ojos para imaginárselo inundado por la saliva de él. En su imaginación, su cuerpo era perfecto, y también el de Joan. Dejaba volar en paralelo aquellos sueños, que se deslizaban entre sábanas de seda negra y ambientes iluminados por el temblor de decenas de velas, nada que ver con el hábitáculo clásico en el que moraban esa noche.

Joan la hacía voltear sobre la cama. Su lengua era ágil y rápida y buscaba los espacios cerrados para abrirlos, como si en lugar de una lengua, usase una palanca. Introducía con delicadeza su lengua entre las nalgas de Sensi, que ella separaba para deleite de los ojos de Joan. Mojaba el orificio de su ano con el mismo flujo que arrastraba desde su vagina. De vagina a ano, de ano a vagina. Humedecía e introducía, trepando después por la espalda para apoyar su miembro, tenso y grueso entra las piernas de Sensi, que las abría sin rechistar, sumisa al placer, con la cara apretada contra la almohada y los pechos manoseados por ella misma.

Ella también quiso beber de su novio. Deslizó sus labios entreabiertos por el tronco de su polla, con delicadeza extrema introducía la lengua entre la piel y el capullo. La piel de su polla era muy elástica, la cubría por completo, y eso excitaba a Sensi, pues le dejaba bajar la piel con la boca con el consiguiente placer para él.

Así siguieron hasta la hora en que el control desapareció. Joan, que quería correrse desde hacía ya unos minutos soltó varios arreones contra la pelvis abierta de ella. El sudor que les bañaba era impropio de un treinta y uno de diciembre. El éxtasis estaba a punto de aparecer. Ella, boca arriba, gimiendo a voz en grito, con las piernas separadas y elevadas, y con sus manos sujetándose los muslos por el cansancio. Él, rodillas en cama, jadeando al tiempo que ella, arqueando su cintura para hacer más profunda y violenta la acometida, con los brazos abiertos, tomando los pies de ella en sus manos. Ambos sudorosos, ambos entregados al agotamiento. Ambos gritaron a la vez al sentir como un trepidante borbotón de leche inundaba el interior de Sensi. Y volvía a apretar, una y otra vez, para inundarla de nuevo.

Una vez separados, Joan fue el primero en llegar a la ducha, refrescándose de manera rápida, pues la realidad del invierno había regresado a su cuerpo. Se vistió y dejó a Sensi desnuda en la cama, aún sudando y jadeante, aún regada por la leche de Joan, que aparecía entre los labios de su coño, como una cascada. De la misma manera que la encontró dormida cinco minutos después, un par de horas antes de la medianoche, cuando volvió a la habitación del hotel con la gran pizza y las cervezas heladas.