lunes, 28 de noviembre de 2011

Errores

En el verano del 98 comprendí que aquella chiquilla de ojos rasgados nunca sería para mí, pero durante los cursos anteriores soñé mas de una noche con ella, inventándome situaciones y decorados surrealistas donde escondernos y descubrirnos mutuamente.

Hasta el mes de Agosto de aquel año, no asimilé su pasotismo sexual hacia mí. Fue en la piscina de un chaval de nuestra clase, para más señas, gay empedernido. Tenía un chalet cerca de la playa, y a él acudíamos cada vez que sus padres salían de viaje y lo dejaban abandonado. Allí vi las tetitas de Raquel por primera vez, la espié mientras se duchaba en la parte trasera de la casa, donde creía que ninguno de los chicos la vería. Pero yo la seguí. La seguí porque entendí que eso era lo que ella esperaba de mí.

Diez minutos antes, en el agua turbia de tanto juego adolescente, ella y yo nos habíamos quedado solos, mientras, el resto de amigos, habían ido abandonando la piscina, poco a poco. Eran poco más de las nueve de la noche y el cielo se comenzaba a ennegrecer.

Agarrados a la escalerilla, Raquel me contó que le gustaba un chico, y que estaba loca por perder la virginidad con él, pero que él no lo sabía aún. Me contó que, aquella mañana, se había rasurado entera, por primera vez y que se había tocado pensando en él, incluso allí, en la piscina, cuando no la miraba nadie. La sóla visión de las manos de Raquel acariciándose aquel pubis rasurado, nuevo, inmaculado... me provocaba una erección que intenté disimular. Pensé que, con no salir del agua, nadie se daría cuenta, pero me olvidé de aquello y centré mi atención en los sentimientos de "mi chica".
- Y, ¿te gusta mucho?
- Muchísimo -decía ella, con la cara de boba de las niñas de 17 años al enamorarse-, estoy dispuesta a darle lo que me pida...

Tal fue la ensoñación que, cuando dijo, "voy a darme una ducha", sentí que debía ir tras ella. Subió despacio la escalera, yo, detrás, pero tuve que frenar ante la brusca parada de ella, que se detuvo para colocar bien la braguita de su biquini. Al hacerlo, dejó entrever algo que yo quise identificar como "su coñito rasurado". Prosiguió hasta la ducha y yo, detrás.


Allí la ví, sin la parte de arriba de su biquini, con el chorro de fría agua rozando sus pezones, cálidos, grandes y con una clara areola que iba perdiendo su color hasta confundirse con el resto de sus pechos, redondos, jóvenes,... perfectos, pensé. Algo pisé, que provocó su mirada hacia mí.
- ¿qué haces?
- Mirarte...
Y sin dejarme continuar, lanzó un "¡¡¡vete a la mierda!!!", y continuó frotándose enérgicamente el pelo, despreocupada de mi mirada, sabiendo que era objeto de mi espionaje y disfrutando de ello, erizándole la piel y endureciendo sus pezones, que parecían crujir en la distancia. Hice el gesto de marcharme, pero, quise, por última vez, contemplar aquel cuerpo, cubierto por un sencillo trapito, entregado a las gotas de agua que caían sobre su pelo e iban recorriendo su cuerpo; la cara..., el cuello dejado caer hacia atrás..., los pechos elevados por la subida de sus brazos..., las caderas sobre las que descansaba un mísero hilo de tela azul, con un nudo..., el pubis, recién rasurado para la ocasión, por donde discurría el agua, dibujando sus formas, rodeando sus labios... entrando en su cuerpo..., las piernas, esbeltas, impropias de una niña de esa edad..., los tobillos, doblados para formar un tobogán con sus pies, por donde las gotas morían al llegar a los dedos.

El tiempo pasó, no volví a ver a Raquel, pero sé que encontró al chico aquel, con el que jugaba a tocarse, el que deseaba hasta el punto de querer darle el estreno exclusivo de su sexo y que provocó mi error, aquella noche de Agosto, de 1998. Errores de 17 años.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Lo que me gusta de ti

- ¿Es que no hay nada que te guste de mi?
- Difícil pregunta... quizá sería más facil de responder si te quitaras la ropa.
- ¿Solo buscas un físico?
- Es que yo, a tu espiritualidad le daba boleto, pero a ti... A ti te follaba enterito.

Ante semejante comentario... me dejé llevar.


Al pasar la puerta de su casa la agarré fuerte por la cintura, pero ella retrocedió y comenzó a caminar hacia una de aquellas habitaciones de piso de estudiantes. Su puerta, la última del pasillo, se abrió para engullirnos durante el resto de la noche.

Comenzamos el lento ritual del desnudo. Tenía la piel muy suave, casi de niña, y los pezones oscuros y firmes, como caramelos en mi boca. Le gustaba mirar mientras los bañaba con mi lengua y los arañaba con mis dientes. Poco a poco, la ropa fue muriendo en la alfombra del dormitorio, mezclándose con otra, que ella había olvidado recoger alguna semana anterior.

- ¡Espera! -apagó la luz y cogió de la mesa de estudio, una vela y un mechero-. Encendida la vela, me llevó hasta la cama, donde me sentó. Ella, en cuclillas ante mí, al pie de la cama, en aquella penumbra tintineante de la vela, disfrutaba despojándome, primero de los calcetines, después del pantalón y, por último, candenciosamente, del boxer. Quedé sentado, mientras ella, con sus pequeñas manos frías, erguía mi polla y clavaba sus ojos en ella.
- Déjate caer en la cama -me dijo-, y cierra los ojos.
Noté como aquellos finos dedos recorrían mis ingles, apretaban cariñosos mis testículos y avanzaban hasta mi ano, sin llegar a adentrase en él, solo jugueteaban. Mientras, su boca ya estaba probando el sabor que buscaba desde hacía meses. Podía sentir cómo su lengua subía y bajaba por mi polla, pero que, con énfasis, lamía y chupaba la base de mi glande.

Abrí los ojos, buscando ubicarme en aquella situación tan deseada, pero tan inesperada, y pude ver, proyectada en el techo, la sombra de su cuerpo, quizá aún en cuclillas, quizá descansando sobre las rodillas en aquella alfombra roja, pero, sin duda, en la posición en que la dejé al cerrar los ojos, con su cabeza y su pelo volcados sobre mí. Así que, apoyándome en los hombros, me incorporé y aparté su melena para contemplar el espectáculo de su voraz actitud.
Resultaba morboso el sonido de su boca jugando con mi polla, esos ruidos mezclando deseo, placer y juego.

-¿Tú no querías follarme enterito?
Ella alzó la mirada, separó sus labios de mí y me dijo- Hay noche, aún.

A la voraz mamada se unió el elemento de la velocidad, se le despertaba el interés por descubrir. Quería conocer mi cuerpo desnudo, quería conocer su sabor y ahora quería ver cómo me corría. De modo que aceleró el movimiento. Con ademanes nerviosos acompañaba el entrar y salir de mi polla en su boca, con su mano, subiendo y bajando, y aceleró y aceleró... se olvidó de seguir absorbiéndome y dejó el fluir de la acción a su mano. Brúscamente y con lascivia, aquella manita estaba allí, haciéndome una paja, en aquella habitación menuda, colmada de peluches y carpetas de apuntes. Para aderezar la "comida", bajó su cabeza hasta mis huevos y comenzó a chuparlos, introduciéndoselos en la boca, primero uno, después el otro, alternándolos, y pensé que era el momento de contemplar aquella imagen más de cerca, pero al incorporarme, pude ver la guinda al pastel de aquel momento, que no había descubierto antes por culpa de la oscuridad. Tras ella, justo tras ella, la puerta de su armario era un gran espejo en el que, con la luz de la vela, se reflejaba su cuerpecito, de rodillas, su espalda, a medio cubrir por su pelo largo, moreno, liso..., su cintura estrecha y aquel lindo culo que reposaba sobre sus pies.
La imagen era una locura, era la pareja perfecta a aquel sonido de saliva y gemidos.

- ¡¡Me voy a correr!!, ¡¡me voy a correr!!
-¡Córrete! -alzó la cabeza y centró su mirada espectante en mi polla, manejada frenéticamente por su mano. Acercó su boca y descargué a empujones en ella, una cantidad enorme de ansiosa leche, mientras ella seguía agitando su mano, arriba y abajo, sin parar.

Su boca se llenó de mi. Me miraba con alguna salpicadura en sus labios, pero sin querer cerrarla aún, como esperando más.
-Trá-ga-te-la -le dije. Cerró su boca con una sonrisa, hizo el gesto de tragar, para volver a abrirla, a la vez que sacaba la lengua, demostrando que el espacio quedaba vacío de todo caldo.

Días mas tarde, me comentó:
-Ya sé qué es lo que más me gusta de ti.
- Sorpréndeme
- Tu "escaloncito".

martes, 15 de noviembre de 2011

Por detrás

Solo lo hicimos una vez "por detrás". Fue en un hotel de Florencia; habíamos estado paseando por la ciudad todo el día y llegamos tarde para la cena, así que, mientras ella se quedaba en la habitación, dándose un baño, yo bajé a recorrer las calles cercanas en busca de "algo" que nos sirviese para recuperar las fuerzas perdidas.
Pero al subir, lo que mis ojos vieron no era lo esperado. La vi a ella, allí, al borde de la cama situada justo a dos metros de la puerta. De rodillas sobre el colchón, de espaldas a la puerta, completamente desnuda.
Al verla dejé la pizza sobre un rústico escritorio, roído por los años, que servía de atrezzo al decorado florentino. Al oirme, sólo giró su cabeza y se llevó las manos a las nalgas. Suavemente las acarió con sus ojos clavados en los míos, con dentelladas de lascivia, impropias de una niña de colegio de monjas. Apretándolas, ahora con fuerza, las separó dejando a la vista el hueco oscuro de su ano. Vírgen por completo, excitado como nunca.
En poco mas de un paso, ya estaba junto a ella. Volvió su mirada hacia el frente, cerró los ojos y volcó, sobre mi hombro, su cabeza. En mi deseo, me acerqué lo más que pude a ella, abarcando su vientre con mis manos, frías por la noche italiana; acariciándolo y acompasando con suavidad su respiración acelerada al roce de su clítoris. Húmedo, latente. Mi polla, dura, a punto de reventar dentro de mi pantalón vaquero, ya estaba posada sobre aquella abertura que formaba el hueco perfecto para mí. Sus manos, temblorosas, agarraban y soltaban aquel dulce culo, a punto de ser profanado. Se aferraba de tal manera que parecía que lo abriría en dos en cualquier instante, y dejaba las marcas coloradas de sus dedos sobre la blanca piel. Como pinturas de guerra.
Dediqué el momento que dura el encendido de una cerilla para perder mi pantalón y dejar, entre mis muslos, los boxers. Ella siempre había sido muy cuidadosa para mi ropa interior y solía salir a comprarme alguno, siempre negros. "Son los que mejor marcan la forma de tu glande", me decía al probármelos, como en una pasarela improvisada de erotismo, que acababa siempre con la prenda, etiquetada aún, bajo algún mueble del salón.

-¿Estás segura?; no lo hemos hecho nunca así- fue lo único que mi agotada honradez me dejaba vomitar. Yo estaba deseando sentir como entraba en su cuerpo por ese atajo desconocido, pero era consciente de sus reticencias y del dolor que podría causarle al no tener a mano ningún tipo de lubricante.
- ¿Tú no quieres hacerlo por ahí?... ¿no tenías tantas ganas de follarme por el culo?; pues venga, aprovecha... pero házmelo muy despacio

Estaba borracho de lujuria. La conocía desde hacía muchos años y habíamos descubierto el sexo juntos. Aquello era un paso más, un paso que no debía dejar ningún rastro traumático, al contrario. Debía ser, incluso, bonito.
Así, acaricié de nuevo su clítoris, recorrí todo su sexo con ambas manos, muy despacio, mientras el vaivén de mis embistes sobre sus manos separadoras se hacía, cada vez, mas rítmico. Por fin, dejé colar uno de mis dedos en su coño, mientras la otra mano le iba estirando la piel de sus labios mayores. Me encanta estirarle los labios, me excita muchísimo, más aún cuando se lo hago durante un largo rato y consigo dejarlos, durante un instante, separados de su cuerpo, levitando junto a mi cara.
Empapé uno a uno mis dedos en su flujo; primero uno, que entraba y salía violentamente de su coño. El calor atrajo a otro dedo y luego a otro; hasta cuatro dedos que, casi con fanatismo, entraban juntos para separarse una vez dentro y jugar con las formas del interior de su cuerpo. Ambas manos estaban ya pegajosas de su ser, lo que usé a modo de lubricante. Una mano frotaba toda mi polla, desde la mitad de su tronco hasta la punta, aunque esta ya estuviese bastante mojada. Con obsesión, restregué su caldo en mi sexo, para que el fluir por su pequeño agujerito fuera placentero. Y, hacia él, dediqué las atenciones de mi otra mano. Primero con caricias en forma de círculo, regodeándome en sus formas, en sus pligues, para deleite mío y suyo; tanto era el goce que, sin haberla penetrado aún, ya jadeaba.
De las caricias pasé a las primeras perforaciones digitales. Con total suavidad, dejé colar en su ano mi dedo corazón, sintiendo el rechazo de aquel esfínter, aprisionándo mi dedo para relajarse a continuación, y dejarse inundar por la húmeda sensación que le brindaba. A estas alturas, ella ya estaba tumbada, aferrándose al cojín que nos servía como almohada, con sus ojos cerrados y una pequeña mueca en el rostro, a mitad de camino entre el dolor y el disfrute. Susurraba para decirme, tan sólo, "despacio, despacio; con cuidado, con cuidado".
El cosmos estaba ya dispuesto para entrar en eclosión; separé mi rostro del agujerito de secreto interior para quedarme de rodillas tras ella, mientras, agarrando sus caderas con fuerza, conseguí elevar de la cama únicamente la parte de cuerpo que participaría del juego y acercarlo al mío. Las piernas, flexionadas por las rodillas, sobre el colchón, subiendo su jugoso culo a la altura de una verga que ya no podía disimular su riesgo de explosión; su espalda, arqueada, tomando la forma de un tobogán con dirección a su cuello, para que yo me deslizara por él y aprisionase su cara entre la mía y el almohadón.

Y lo demás..., no es difícil de descubrir. Una mano agarró con firmeza mi polla para guiarla con acierto y la otra separaba con eficacia el terreno, facilitando la entrada de mi nabo, mientras yo asía sus caderas. Poco a poco. Muy despacio, mientras ella indicaba la intensidad yo marcaba la profundidad. Al principio, quedó a medio entrar. El dolor era demasiada recompensa para aquel juego. La mitad de mi miembro era la marca de la intensidad que se podría mantener. Entraba y salía, pero solo hasta esa marca. Ella permanecía con la cara hundida en el cojín blanco, agarrado con fuerza por ambas manos, hasta que, una de ellas comenzó a deslizarse bajo su cuerpo. Aprovechó la soledad de su coñito para darle calor con aquella mano; así, mientras la follaba tiernamente por el culo, ella acariciaba salvajemente su clítoris, primero con su mano y después con mis huevos, que apretaba con fuerza contra su sexo.
Eso provocó más mi deseo (y el suyo). "Dame fuerte!!"- me decía, ya sin contemplaciones- métela entera!!!. Sus voces, emitidas mientras apretaba fuertemente los dientes, se tornaron en órdenes para mi que, en tan sólo dos empujones clavé por completo la polla dentro de aquel culito de niña bien educada.
Así seguimos unos minutos más hasta que la imagen que veía desde mi posición hizó excitar más mi mente, lo que provocó una soberana corrida en su interior.
- Córrete- me decía. Córrete dentro. Toda mi leche quedó en aquel dulce hueco del cual no quería salir, pero ella necesitaba más, así que se volvió sobre sí misma rápidamente, apoyó la espalda sobre el cabecero de la cama y con las piernas separadas y semiflexionadas frotó incisivamente aquel coño hasta que el movimiento se convirtió en una sucesión de sacudidas. Las piernas se cerraron dejando la mano atrapada entre ellas y el cuerpo comenzó a deslizarse, como inerte, desde el cabecero hasta el colchón.

Aquella fue la primera vez que follamos de aquella manera. La primera y la última. Pese al disfrute, le pudo más el dolor y nunca más ha vuelto a suceder.

Pese a todo, sigo recordando aquel día, en un hotel de Florencia, con los techos pintados como antiguos frescos y una pizza, que quedó abandonada sobre un viejo escritorio.

martes, 8 de noviembre de 2011

Los Fetiches

- Nunca he sido fetichista
- No sabes lo que dices chaval, - me contestó con el descaro de una niña sabionda en un terreno profano para mi- todos tenemos algún fetiche.
- Pues no creo tener ninguno, y ahora, si no te importa, será mejor que te incorpores; este sofá es muy pequeño y empiezo a estar incómodo.
- ¿Es por mis piernas sobre las tuyas?; si ese es el motivo las retiro y me siento junto a ti, como si fuesemos dos viajeros desconocidos en el metro; o...

Cuando decía "o..." era porque me iba a ofrecer una jugosa alternativa.

...o... me quito las sandalias... (se las quitó), apoyo mis pies en tu paquete (lo hizo) y comienzo a frotar esta cosita, a ver si se despierta (y en eso puso su empeño).

La verdad es que no fueron necesarios muchos roces para que aquella "cosita" comenzara a tomar tamaño y volumen.
- ¿Ves cómo te pone esto?; eres como todos los tíos, os encanta que os toquemos con los pies... sois todos iguales de fetichistas.
Y diciendome aquello, dejó uno de sus pies sobre mi polla, ya bastante dura, y llevó el otro hasta mi boca. Mi corazón latía a cien y noté como comenzaba a pringarse mi ropa interior.

- ¡Chupa!, ¡Chúpame los dedos!...¿lo ves?, ¿ves como te pones?...pues yo también me pongo un montón, porque a mi también me encanta chupar y que me chupen los pies!!!

A cada palabra, su presión en mi polla era mayor y su pie derecho se movía como un remolino dentro de mi boca.

-¡Así, así...!- y subiendo su falda en su totalidad me dijo con los ojos casi cerrados- y cuando acabes con el meñique, por favor... ¡sigue con mi coño!

domingo, 6 de noviembre de 2011

El postre

Abrí la cerradura con aires de suficiencia, empujé la puerta y la invité a pasar. Me hizo un gesto con la cabeza y pasó al interior de mis cuarenta metros cuadrados. Dio cinco o seis pasos, yo detrás la vigilaba, cuando se giró mirándome a los ojos. Después observó el entorno, parecía una interesada compradora y yo un vendedor de pisos. Me preguntó por el baño. No había posibilidad de perderse en aquel zulo, "esa puerta es"- le dije señalando con el dedo a una puerta cerrada, justo a su derecha. Al momento de entrar, volvió a abrir la puerta y con tono juerguista me preguntó:
- ¿Es que no piensas entrar?

La ducha fue una auténtica fiesta. Follamos como enamorados en aquel hueco, yo nunca había aguantado tanto y ella ya estaba exhausta.
- Yo me terminaré - le dije - pero no apartes los ojos de mi polla... quiero que veas cómo me corro.
Fueron necesarias apenas cinco o seis sacudidas para notar como me iba a reventar. Sin tiempo a decir nada, ella se arrodilló ante mi, acercó sus labios entreabiertos a mi polla y me dijo

- Ahora, el postre, nene.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

BUENAS NOCHES

- Buenas Noches
- Hola... me has despertado.
- Lo siento, creía que estarías esperándome.
- Y lo estaba... pero me quedé dormida.
- Vaya, pues descansa.
- Bueno, puedo dejar el sueño para algo más tarde.
- No seas tonta, descansa, ha sido un día duro.

Y deslizando la sábana a un lado de la cama, dejando ver su cuerpo completamente desnudo, le respondió:
- Te digo que puedo dejar el sueño para más tarde.